Las Flores y el Cuidado con el Ambiente

No es el Día de la Madre, tampoco ninguna otra fecha especial pero esos días estuve pensando en mi madre y en mis recuerdos de infáncia con ella.
Creo que empezó cuando fuimos a un restaurante e Izan me dió la botella de zumo, de cristal, de donde había bebido. «Mami, mira! Guardála!», me dijo él casi al oído. Una vez, hace unos dos años, intenté llevarme una botellita de Granini tras él beber zumo de naranja porque me había gustado para hacerle la presentación del arranjo de flores, pero el camarero se la llevó. Bueno, mi pequeña Mente Razonadora se acordó de eso y cogió la botella de esta vez en tiempo. «Para hacer el arranjo de flores para mí», dijo.
Este hecho trivial encendió algo en mi memoria y de repente ya no estaba en el restaurante. Estaba en el mercadillo con mi madre, a los 7 años de edad, en el stand «de los japoneses», como ella decia, comprando flores. Era un stand de una familia de sanseis muy simpática. Rosas, margaritas, crisantemos, cualquier flor era hermosa y merecia estar en nuestra casa para mi madre.

Después de la tarde en el restaurante, al largo de la semana, mi madre vino a mi memoria varias veces. Estaba otra vez a su lado, en la cocina, a su lado, delante de la pila mientras ella cortaba los caules de las flores «para beber mejor el agua» y llenaba el jarrón de cristal transparente. Parecia que podia casi tocarla. «Hay que cortar así, ni más ni menos, porque si cortas más quedará muy corta, y si cortas menos, las flores se marchitan antes». Y como las arreglaba dentro del jarrón con su exquisito gusto estético, cuidando de los colores de los pétalos, «claros y oscuros mezclados, lo ves? Así se destacan», las plantitas alrededor «para un toque de verde» y luego llevar al salón, a la mesilla del centro. Mi madre miraría el jarrón de flores todos los días, hasta el sábado siguiente, día de comprar más flores.
En mi casa ellas nunca faltaran. Naturales, siempre. Si no habia dinero para las más bonitas, pues mi madre se compraba las menos deseadas, y más baratas. «Pero no son flores de muerto?», la preguntaba. «Flores son flores, no existe eso de flores de muertos», decía ella.
Estamos en primavera y ver las calles floridas siempre me recuerda a mi madre y como le gustaria verlas así. En São Paulo predomina el gris muchas veces y no hay tantas flores en las calles.
No son solo las flores que me recuerdan a mi madre – el olor a bizcocho casero y la musica italiana también, y mucho – pero son algunos de mis recuerdos preferidos. Si voy a una floresteria, empiezo a nombrar las espécimes delante de mí y siempre hay una que no sé cual es y viene a mi cabeza: «esta mamá sabería cual es seguro». Entonces me doy cuenta de cuánto aprendi con ella.
Ahora, que tengo la botella de zumo de cristal, hay que llevar a Izan a una florestería e intentar hacer lo mismo a él: enseñarle la belleza y la delicadeza de las flores. A apreciar la naturaleza. A cuidar del ambiente.
Mi madre era una mamá montessori sin saberlo.
Imágenes de Pinterest

Alessandra Mosquera
nuestrosmomentosmontessori@gmail.com

Alessandra Mosquera es periodista, asistente Montessori AMI 3 a 12 años y educadora de Disciplina Positiva para famílias y maestros formada por la PDA. Vive en Madrid, España, hace 18 años con su marido Ernesto, su hijo Izan y Moon, su perro Jack Russell. Le encanta pasar las tardes viendo una película con sus chicos con una mantita y un bol de palomitas.

2 Comments

Post A Comment

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.