21 May Cómo aprendí la humillación en Montessori con mi hijo
La humillación en Montessori es algo que no se suele hablar mucho, pero es muy importante en nuestra construción como adultos preparados. Imaginas que estás caminando por la calle con tu hijo, o con tu hija. De repente, él o ella se pára y no quiere seguir caminando porque ha encontrado algo muy interesante que reclama su atención en aquel momento. ¿Que haces? ¿Le fuerzas a seguir caminando? ¿Le echas la bronca, le pegas, le castigas? ¿le insulta por querer observar ese «algo» que es tan importante? ¿O tú también decides observar con él/ella aquello que es tan increíble?
La humillación en Montessori
Maria Montessori decía que el Adulto tenía que humillarse delante del niño. Leyendo así suena fuerte y puede dar margen a una interpretación equivocada. La verdad, lo que ella quería decir es que el adulto tiene que olvidarse de si mismo, sus preocupaciones y prioridades, por el niño. Incluso tiene que olvidarse de lo que los demás dirán. Como, por ejemplo, cuando nuestro hijo se niega a seguir andando hacia al colegio para observar a un insecto herido, como a mí me pasó con Izan.
Cómo viví la humillación en Montessori
Estaba llevando Izan al colegio (él aún estaba en Infantil) cuando de repente él gritó: «pára, Mami, pára!». Paré y vi que él miraba al suelo muy atento. Seguí su mirada y vi que el foco de su atención era un pequeño escarabajo «zapatero» herido.
El insecto no podía caminar bien porque le faltaba un par de patas de un lado, a parte que el casco que cubre su abdomen no estaba, enseñando sus tripas. Dije a Izan que era muy probable que una persona había pisado al escarabajo. «Claro, sin querer», lo complementó, mirándole con mucha atención y ternura. Pensé conmigo misma si de verdad había sido un accidente, pero no le dije nada.
Nos quedamos allí parados, mirando al bichito. Le enseñé su tripa abierta, y él entonces preguntó: «Mami, se pondrá bueno?»
Pensé en mentirle para dejarlo tranquilo, pero creí que eso no era correcto. Le dije la verdad: «no, mi amor, creo que él va a morir, y no le falta mucho». Al que Izan contestó con un tierno «pobrecito», muy serio y preocupado.
En aquel momento el «zapatero» herido tenía la misma importancia que cualquier ser vivo que está perdiendo su vida delante de mi hijo, como si fuera una persona que había acabado de ser atropellada. Para él no había ninguna diferencia. Era una criatura que estaba sufriendo sus últimos momentos allí, delante de nosotros, y no podíamos ayudarle.
Todo eso ocurría en una acera, al lado de una parada de autobús, con un cierto movimiento de peatones. Personas que tenían de ir a trabajar y madres que llevaban sus hijos ao colégio pasaban por nosotros. Tenían prisa y algunas nos miraban mal. Otras nos ignoraran pero algunas sí llegaron a hacer «caras raras» porque estábamos parados en el medio de camino, perjudicando el pasaje de las personas.
Me daba cuenta de que nos miraban y que pensaban que «vaya madre más rara» era yo al permitir que un niño estuviera de rodillas en la acera, manchando el uniforme, para ver un insecto que estaba casi muerto.
Después de un rato en que acompañé a mi hijo en su sincera tristeza hacia al escarabajo, al final él se levantó y seguimos el camino en dirección al cole.
La conclusión de lo que había pasado
Cuándo llegamos, conté a su profe lo que había acabado de suceder. Ella también demostró pesar hacia al bichito y después me dijo, apuntando a Izan: «este va para veterinario seguro! Como le gustan los animales». Le sonreí y me fui a casa.
En el camino hacia casa, recordé toda la pena y atención de Izan hacia al escarabajo herido y me dije a mí misma: «no sé si será veterinario pero espero que nunca deje de tener amor y el respeto a los seres vivos, bien sean perros, insectos, flores o personas.»
Y también me hizo recordar el capítulo del libro «El Niño: el Secreto de la Infancia» de Maria Montessori. Justamente hablaba sobre el ritmo de los niños, como es importante respetar cuando ellos quieren ir despacio, parar, observar. Y como los adultos suelen no respetarlo, adelantándose. «(…) pero cuando el ritmo del niño es lento, entonces interviene irresistiblemente con la sustitución. En lugar de prestarle auxilio en sus necesidades psíquicas más esenciales, el adulto se sustituye al niño en todas las acciones que éste quiere realizar por si mismo, cerrándole todos los procesos de actividad y constituyéndose en el obstáculo más poderoso contra el desarrollo de su existencia. Las quejas desesperadas del pequeñín, consideradas como ‘caprichos’, que no se deja lavar, ni peinar, ni vestir, son las explosiones de un primer drama íntimo en las luchas humanas. Quién pudiera suponer que esta ayuda inútil facilitada al niño es la raíz de todas las represiones y por consiguiente, causa de los peligrosísimos daños que el adulto ocasiona al niño?»
Cuando nuestro niño se pára, sea para observar a un insecto, sea porque quiere saltar de un azulejo negro a otro azulejo negro en un suelo con azulejos bicolores, en fín… él lo hace porque en aquel instante aquello es lo más importante para él y necesitamos respetarle en su deseo de averiguarlo.
Debemos parar y respetarle, dejar que viva aquel momento, aunque estemos en una calle transitada donde pasan otras personas adultas que nos miran mal porque «somos raras» o porque estamos estorbando. La humillación nunca ocurre en casa, en el confort. Siempre será cuando estemos cercados de otros adultos que nos juzgan.
Podemos participar, hablar al niño sobre aquello, por ejemplo. Intentemos dejar las prisas de lado; sé que a veces es difícil porque tenemos horarios, pero siempre que sea posible, respeta el niño. Si tú lo respetas, podrás tener increíbles descubiertas sobre él, como a mí me pasó en el día del escarabajo herido.
Recuerdo cuándo estaba realizando mi curso de Educación Cósmica con Martha Graciela Morales y ella nos comentó sobre la misión cósmica, una participante comentó que una vez no sabía si salvar a una hormiguita que pasaba que estaba prestes a ser aplastada o si no hacía nada porque quizás era su misión ser aplastada. Leyendo así puede parecer un poco raro, lo sé. Discutíamos que todos tenemos una misión cósmica, algo que tenemos de hacer en nuestra vida pero que siempre ocurre sin querer, no es buscado, es algo que acaba ocurriendo sin que hagamos nada. Todos los seres tienen una, incluso los animales, plantas e insectos; por ejemplo, en el caso de la abeja, su misión cósmica es la polinización, porque ella, la verdad, solo quiere alimentarse con el néctar de la flor, la polinización es algo que ocurre como consecuencia pero ella no es consciente de ello.
Me gusta pensar que la muerte del pequeño escarabajo «zapatero» en aquella mañana cerca del colegio de Izan no fue en balde, que de alguna manera, sirvió para que un niño pensara en el vulnerable que es la vida y que todos tenemos importancia en este mundo. Al menos a mí me ha servido para aprender a admirar, una vez más, la sabedoría de los niños.
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Mamen
Posted at 16:13h, 22 mayoTienes toda la razón pero que difícil es a veces con el ritmo de vida que llevamos, yo siempre lo intento, aveces lo primero que me sale es dar una voz porque tenemos prisa o infravalorar el momento que el niño quiere vivir, pero automáticamente recapacito y pongo con él y ser participe de ese momento. Hoy mismo me ha pasado con mi hijo, observando a la salida del cole las amapolas, tiene 6 años y medio y ahora le veo un periodo sensible preguntando y observando muchas cosas pero desde un punto de vista de más mayor, quiere ir más allá del porque de las cosas.
Muchas gracias Alessandra por tus artículos
Alessandra Mosquera
Posted at 20:57h, 22 mayoSí, es difícil porque tenemos muchas cosas que hacer, pero intenta probar un día y verás como es bonito! Ahora él está entrando en el segundo plano y es cuando vienen las mejores ideas, ya verás.