Tengo una estrella en el cielo

Ayer nos despedimos de Pancho, nuestro labrador retriever. Estaba muy débil, tenía muchas dificultades para respirar, apenas comía y no andaba más. Su bello cuerpo envuelto en un suave pelo amarillo ya estaba muy cansado tras 13 años dando tanto por nosotros. Y ahora él es una estrella, pues yo creo que todos los seres vivos cuando parten vuelven a ser estrellas.

Hoy es el Día de las Familias. Fue sin querer que nuestra despedida ocurriera en la víspera, y a la vez muy irónico, porque Pancho fue el vértice del triángulo que formó nuestra familia. Le debo eso, mi sentimiento de maternidad, y tantas experiencias que hicieron ser quién soy. Por eso, y porque él era muy importante en nuestra familia, quiero escribir este post.

Mi perrito que esperé 30 años por tener

Llevaba casi un año en España, lejos de mis padres, mis hermanos y amigos. Había dejado mi profesión. Todo por amor al que hoy es mi marido. Vivíamos juntos y éramos felices, pero en el momento que él iba a trabajar, me quedaba sola. Tras algunos meses, tuve un episodio de depresión.

Siempre quise tener un perro, pero mi madre nunca me dejó tenerlo. Decía: «cuando tengas tu casa ya tendrás a tu perro» y pensé que era la hora de seguir su consejo, a los 30 años de edad.

A principio, Ernesto no tenía muy claro. Un día, encontré en Internet un anuncio de un pequeño criadero de labradores que había tenido una camada. «Vamos a ver, solo por ver», dije a Ernesto. «Sí, vamos solo a ver». 

Cuando vimos los perritos nos volvemos locos, como niños pequeños… yo más, estaba encantada. Nunca había cogido un cachorro en brazos y fue una emoción muy grande. Aun así tenía claro que «solo estábamos mirando».

De repente, veo que no está Ernesto… el criador me dice «creo que él fue al coche» y me quedé allí, con un cachorrito amarillo en brazos, oliendo a bebé, con el pelo muy muy suave… no paraba de darle besitos. Fue cuando entró Ernesto, con el dinero que había ganado de regalo de cumpleaños de su tía, y lo extendió al criador diciendo «el perro es nuestro».

Pocas veces en mi vida sentí una emoción tan grande. Sentía cómo si tuviera 6 años otra vez. Y por fin alguien me regalaba mi perrito. Un perrito amarillo y de orejas caídas, cómo siempre dibujaba mi perro ideal. Aquel día lloré de emoción en el coche volviendo a casa, no tenía palabras para agradecer, era muy feliz, acababa de realizar un sueño.

La displasia de cadera y la parálisis

Pancho vino a casa algunas semanas después, con 55 días de vida. Era una bollita de pelo, muy travieso y cariñoso. Me acuerdo que nos despertaba a las 5 de la mañana para jugar. Rompió una mesilla de cristal donde estaba nuestro teléfono, mordisqueó nuestro chaiselongue, la puerta de la cocina y un interruptor de luz. La vida ya no era la misma. Era mucho más alegre, llena de vida y de risas.

Cuando él tenía 6 meses de edad descubrimos que tenía displasia de cadera, una enfermedad genética que puede acometer a los labradores. Recibir esa noticia fue como sentir el suelo abrirse bajo mis pies. Al fin y al cabo, la displasia hace con que un perro camine cojo y tenga una vida limitada. Pero lo peor aun estaba por venir.

Pancho fue operado a los 8 meses. La cirugía no quedó bien y fue necesario repetir (le pusieron 18 pinos de titanio en la cadera derecha), y gracias a una infección que casi le mata, perdió la sensibilidad de la pata derecha trasera. Andaba como un gorila, y luego aparecieron heridas. Había el riesgo de amputación, hasta que encontramos una clínica de rehabilitación para perros, donde Pancho estuvo por dos años haciendo distintas terapias. Allí él hizo electroestimulación y también caminó en una cinta bajo el agua.

Fue cuando conocimos a Rocío, su veterinaria holística, que fue la persona que logró curar la parálisis de la pata gracias a la acupuntura. Con el tiempo, Pancho volvió a caminar bien, aunque a veces pisaba mal. Pero él hizo vida normal hasta su muerte, a los 13 años.

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Cómo Pancho cambió nuestras vidas

Esos dos años luchando por él hicieron que Ernesto y yo nos uniéramos mucho. En las situaciones límite, una pareja o se separa, o se une más. Con nosotros fue el segundo caso. Donarse totalmente a un ser que depende de ti es una experiencia muy fuerte, os garantizo. Teníamos de hacerle curas, administrar medicamentos, hacer masajes, ejercicios… era como un niño. Por eso decíamos que éramos sus papis, porque cuando cuidas tanto de una criatura, te sale el sentimiento de madre y padre, aunque sea un animal.

Pancho nos devolvió dando un amor inmenso, especialmente a mí, que pasaba más tiempo con él. Nos hicimos cómplices. Él parecía que podía leer mi mente, era increíble. Sabia cuando estaba triste y fue muy compañero. Cuando me quedé embarazada, antes mismo de hacer el test, Pancho me avisó que algo pasaba. No me dejaba sola nunca, lloraba sin explicación mirándome, era como si quisiera protegerme. Cuando vi el positivo, estaba en el baño, y él en mi habitación, con Ernesto. En el momento que di la noticia a Ernesto y empezamos a celebrarlo, él se levantó y se fue. Yo ya lo sabía, él no tenía más que cuidarme.

Participó de los preparativos para la llegada del bebé, incluso cuando pintamos la habitación… siempre le hablaba y decía que venía su hermanito.

Cuando Izan nació y le trajimos a casa, Pancho lo olió y fue como si pensara «ah, vale, es él».

Siempre cuidó de Izan. Se colocaba al lado de la minicuna, como si estuviera vigilando al bebé. Le gustaba darle besitos en los pies. Cuando venía visitas, se tumbaba entre la minicuna y yo, como un perro guardián. Muchas veces, cuando daba al pecho en la habitación de Izan, él se quedaba a la puerta, mirándonos. Nunca entró en su habitación sin antes ser invitado. Y eso fue algo que no le enseñamos, partió de él.

Izan siempre quiso a Panchito con locura, tanto que su primera palabra fue «pupu», que era como llamaba a Pancho. Creció con él, en el suelo, abrazándole, compartiendo juguetes, como verdaderos hermanos. Pancho jamás le gruñó, mucho menos le hizo daño. Era muy delicado con él, sabia que era un bebé, era increíble.

A medida que Izan crecía y nos necesitaba más y más, Panchito se quedó en segundo plano, pero eso parece que nunca le importó. Era un perro tranquilo, noble, que le gustaba mucho dormir en su camita y observarnos. De repente, era un anciano. Cojeaba mucho más, empezó a tener algún problemilla de salud aquí y allí, pero siempre era muy fuerte y todo indicaba que viviría muchos años.

Con 9 años le tocó ser hermano de otro perro, Moon, el perro de terapia de Ernesto. De primeras él lo recibió bien, como otro más de la familia. Y otra vez más fue muy paciente, al convivir con un cachorro al ser un abuelete.

El final de su vida

Desde el verano pasado, Pancho empezó a vomitar mucho y a tener dificultades para andar, cada vez caminaba menos. Su corazón empezó a cansarse más y más. Surgieron tumores, aunque no eran peligrosos, pero señal que la edad estaba pasando factura.

En marzo, él empezó a tener episodios cada vez más frecuentes de falta de aliento y a veces se echaba al salir y no podía ponerse en pie. Mi bebé se despedía de mi. Aguantó todo lo que pudo, y creo que por amor a nosotros, porque no quería dejarnos.

El ultimo fin de semana le dije que estaba lista para su partida y que podía irse, que no me pasaría nada, que me quedaría bien, y que cuidaría de Ernesto y de Izan, que todos estaríamos bien. Estoy segura que él me escuchó y entendió, como muchas veces en el pasado. Vi en sus ojos que estaba muy cansado y me creía.

Aun así no conseguía partir y se sentía cada vez peor. Ya no podía ni dormir sin ayuda de calmantes. Entonces decidimos ayudarle a partir, como última prueba de amor.

Panchito se fue ayer, tumbado en el salón de casa, en el mismo sitio donde se quedó cuando aquí entró por la primera vez. Estaba con Ernesto, su veterinaria holística y yo. Izan pasó la tarde con sus abuelos. Si quieres saber la reacción de Izan a su muerte, puedes leer este post.

Él se fue cercado de amor y paz, con mucho cariño. Ahora descansa al lado de un árbol. Decidimos enterrarle para visitarle y porque también deseaba que volviera al Universo como vino. Que el ciclo de la vida siga su trayectoria, que su cuerpo alimente a la tierra, que le devolverá como estrella.

Su misión fue concluida. Maria Montessori decía que todos los seres tienen una misión cósmica, y la de Pancho fue de traer amor. Nos hicimos familia con él, que nos preparó para la llegada de Izan. Él nos enseñó lo que de verdad importa: la alegría y las ganas de vivir, de superarse a si mismo, por amor. Fue un guerrero gentil. Fue una de las experiencias más bellas de mi vida, y solo puedo dar las gracias a Dios, al Universo, a quien quiera que sea que permitió que este perrito entrara en nuestras vidas.

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Alessandra Mosquera
nuestrosmomentosmontessori@gmail.com

Alessandra Mosquera es periodista, asistente Montessori AMI 3 a 12 años y educadora de Disciplina Positiva para famílias y maestros formada por la PDA. Vive en Madrid, España, hace 18 años con su marido Ernesto, su hijo Izan y Moon, su perro Jack Russell. Le encanta pasar las tardes viendo una película con sus chicos con una mantita y un bol de palomitas.

6 Comments
  • Marisa
    Posted at 02:05h, 16 mayo Responder

    Os mando un beso enorme y todo mi cariño en estos duros momentos Alessandra, duele muchisimo cuando un miembro de la familia nos deja y mas cuando nos dan tanto amor como Pancho.

  • Marta
    Posted at 07:44h, 16 mayo Responder

    He llorado de la emoción. Has transmitido de manera bellísima cuánto amor nos puede dar un animal. Un abrazo muy fuerte. Siempre le llevaréis con vosotros…..

  • Mar
    Posted at 23:47h, 16 mayo Responder

    Que preciosa carta llena de amor y sentimiento. Me he emocionado! Un fuerte abrazo.

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